sábado, 28 de enero de 2012

Echaba de menos.

Ya había pasado a la siguiente etapa. Antes, echaba de menos ser el que era. Estaba desilusionado de él mismo. Quería volver. Le extrañaba su desgano, su lentitud, su rechazo por lo que amaba. En ese entonces, ya había perdido un poco la fe, pero le quedaba lo suficiente como para aún creer que algo se podía hacer. Ese malestar era justamente lo que lo demostraba. Pero ahora estaba perdido.
Ahora lo que echaba de menos era, justamente, ese anhelo que hace unos meses restaba en él. Ahora ya no echaba de menos ser lo que era. Se sentía vacío, simple, material. Ya todo estaba tan lejos, tan atrás. Inalcanzable. Ya no podría recuperarlo jamás. O seguramente sí.
Pero no quería. Él, sí; su cuerpo, el encargado de parar sus pelos con una canción o el frío, de los mini-infartos que dan cuando, por una fracción de segundo crees haber dejado algo importante en casa, o cuando casi dejas caer un vaso con agua, él, no. De hecho, no mostraba ningún interés. Nada. Ni siquiera un rechazo.
Era estar.
Era un espacio, algo totalmente insustancial, virtual, dispuesto a ser ocupado por cualquier día, cualquier momento, pena, caminata, viento en las orejas, vaso de jugo con pajita o sin, sol, agradecimiento...; pero de paredes resbalosas, con roce nulo. Ya nada podría asirse. Con paredes neutras. Con paredes, y ya está. Con paredes.
Me gusta escribir, y ya está.
Me gusta hacer música, escucharla.
Me gusta el amor, me gusta compartir las vergüenzas con el mío, y me gusta saber que lo quiero hacer por siempre y que sé que será así.
Me gusta saber que aún tengo tiempo para quitarme el asco por lo que llegué a ser.
Me gusta saber que estoy escribiendo, escuchando, queriendo decir, decirme algo.
Es el asco. Seguro se pasará.

No hay comentarios:

Publicar un comentario