domingo, 29 de agosto de 2010

Todo cambió; ahora sí se puede pasar de la cocina.

Mi hermana chica está viendo cosas rancias en cierto canal y tengo que hacer una presentación en pagüer point para el viernes, y NO PUEDO CONCENTRARME, porque el compiúter está en la misma pieza que la tele. Así que procedo a escribir, aunque ni siquiera estoy segura de si lo publicaré hoy o no.
Bueno.
Hoy es un día extraño, final de un fin de semana extraño, el cual es a su vez la culminación de una semana extraña. Pero esta vez sí que es en serio. Ah sido todo muy qué chiuchia.

Ojalá pudiera redactar así. Pero si ésto fuera posible, la música no tendría valor. La música es para decir lo que no queremos codificar en fonemas, o lo que simplemente no podemos codificar sin llegar a desvirtuar. Lo que es capaz de apretar la guata, parar los pelos (o vellos, bueno), de detener apelando a la relatividad del tiempo, de anular la sinapsis, de ramificarse desde el pecho hasta más allá de los dedos. Todo lo que se puede dar el lujo de no ser y de ser, o de hacer uso del verbo que denota existencia en absoluta libertad, pureza, perfección. Eso es lo que aún no logro con el violín. Hablar. Transmitir. Toco vacía. Aún no maduro lo suficiente como para lograr que mi violín sea parte de mí, independiente de que me falten siglos de práctica para mejorar la técnica, debería poder sacar ese lado innato de la interpretación. Pero me siento bloqueada, fría y torpe. La música es una de las cosas que me llevan a pensar en el ALGO que ordena las cosas. No puede ser humana. Y me gustaría llegar a interpretarla algún día como lo merece.

Deja que comiencen las estaciones. ¡Aaaaah, ooooh!


Acabo de hablar con mi mamá y las reglas cambiaron. Ahora sí pueden pasar de la cocina. Hasta pueden ver películas en su pieza y meterse en el computador. ¡Terminé el pagüer poooooint! Éste es un día demasiado Keane.

viernes, 20 de agosto de 2010

Hay algo que hoy absorbió la energía contenida en nuestros hepatocitos y otras células somáticas.

Primera vez que escribo después de una semana en extremo extraña en todo componente activo de ésta.

En realidad ni tanto, pero es que es lo primero que se me ocurrió como introducción para otra, como de costumbre, random entrada. Ayer (en el sentido estricto de la palabra -como diría mi profe de filosofía-, debería decir hoy, porque lo que procedo a relatar sucedió después de las doce campanadas nocturnas, y, debo precisar, esto es literalmante hablando, ya que en mi casa hay un reloj tétrico que suena, ding dong) me fui a acostar en el momento en que asumí que las frases del libro que leía para la prueba de hoy, quienes habían estado negándose a quedarse quietas delante de mis ya cansados órganos visuales durante un buen rato, no iban a reivindicarse y continuarían su revolución, impidiéndome la comprensión lectora esperada. Ya había intentado varias cosas para evitar este comportamiento anarquista de verbos, adjetivos, adverbios y demases componentes morfológicos de la obra de Manuel No-Me-Acuerdo, pero cuando al estar parada se me cerraban los ojos y yacía sobre el eje de las ordenadas en un estado entre la inconsciencia y... la consciencia (cueck), en uno de estos despertares súbitos me dije que eso no podía seguir así, y dejé, a las dos y media de la mañana, de lado la intención de terminarme el malddddddito libro que, como todos los que he tenido que leer para el colegio en mi historia estudiantil, dejé para la última hora. A todo esto, me comí cuatro manzanas mientras me lo leía. 
Cabe precisar que en la prueba me fui a la mierda.

Siempre me he preguntado qué es lo que una persona emocionalmente madura hace cuando se encuentra en alguna situación que lo invita a ceder a las debilidades humanas. Que ni siquiera estoy segura si éstas se pueden catalogar realmente como debilidades (me refiero a actos como mentir, omitir, hacer trampa, apoderarse de lo ajeno y que no nos corresponde, aprovecharse del otro, y un enorme etcétera), porque esto trae SIEMPRE consecuencias peores y más difíciles de afrontar que proceder de otra forma. Creo que la llamo debilidad porque es el camino más rápido y que requiere menos esfuerzo en el momento en que se produce la disyuntiva encargada de hacernos tomar, en el al presente tratado caso, la opción fácil. Pero, insisto, es la opción con la lista más larga de contraindicaciones. Un ejemplo idiota: cada vez que corto el abundante flujo de agradable agua caliente que ha estado cayendo más (y a veces MUCHO MÁS)  tiempo que lo estrictamente necesario al momento en que me ducho, me digo: "puta, debería haber cortado la ducha antes", y me siento como el orto por mi egoísmo, mi individualismo, mi inconsciencia con respecto al medio ambiente y a mi mamá y la cuenta del gas y del agua. Pero, así y todo, CADA VEZ que me ducho pasa exactamente lo mismo. Y me ducho bastante seguido, créanme. Y me ducho más de la cuenta y me siento mal y quizá llegue incluso a odiarme por ducharme demasiado tiempo. Pero, cuando esta persona emocionalmente madura de la que estábamos hablando se encuentra en un ambiente lleno de personas que suelen llevar a cabo actividades de principios no necesariamente compartidos con ella, ¿qué debe hacer?; ¿ignorarlo?, ¿aislarse (a veces por mera sanidad mental)?, ¿decir algo?, ¿quedarse callado? De todas maneras, nuestro querido planeta contará siempre con una buena dosis de los que tejen sus vidas en paradojas morales,  habrá siempre los que van por caminos que se introducen a la norma, concepto que muta constantemente y se desvirtúa de forma VERTIGINOSA
La separación de los polos del bien y del mal ha sido siempre para mí como el tema de El Tiempo... es como intentar calcular Pi o el número e. Su comprensión es asintótica. Podemos sólo aproximarnos a ella. Para eso tendría que adentrarme en estudios de moral, de ética y quizá hasta de teología, pero tengo que recuperar el sueño de mi corta noche pasada ya que tengo pre mañana en la mañana. Una vez vi en una película (Donnie Darko) un ejercicio que hacía una profesora un poco patética... en la película estaba bien ridiculizado, pero yo no lo encontré mucho más válido que definir los extremos en Bien y Mal, estoy más bien de acuerdo con que éstos sean Miedo y Amor.
LLevo TRES días sin morderme los dedos. Y llevo tres días (¿o dos?) aceptando algo inútil porque no sé cómo proceder para arreglar la situación.

Estoy segura de que mi hermana chica es emocionalmente más madura que yo, PERO está en la edad del pavo y, por ahora, eso distorsiona. Yo creo que yo ya la pasé (la edad del turkey).

sábado, 14 de agosto de 2010

Ahora, sí termina.

Sería extraño comenzar a redactar ahora, porque es un día en el que siento la inspiración en un nivel excepcionalmente nulo.
Ayer tenía ganas de comer un brownie, mi mamá me dijo que no lo hiciera, y cuando pasamos a echar bencina me compré un brownie Y unos manqueques (es esporádico que me den ganas de comer cosas dulces). Me los comí y me dio alergia. Y mi mamá me había recomendado evitarlos porque me iba a dar alergia. A veces tiene razón.

Tengo un déficit increíble de cosas que contar.

El lunes va a ocurrir un evento que marcará un quiebre en mi -adjetivo a elección del lector- existencia. La representante francesa de turno en Chile (la única en mi mundo desde que llegué del intercambio) se vuelve a Francia. Y yo tengo dos pruebas (física y biología), así que no puedo ir a dejarla al aeropuerto. Qué lata que cosas tan triviales nos impidan otras mucho más importantes desde el punto de vista valórico y humano. Estuve un año con esta cabra, UN AÑO compartiendo sala, su estuche (suelo olvidar el mío), comentarios cero aporte, olores, sabores, oxígeno, dióxido de carbono, nitrógeno, vapor de agua, caminatas desde el colegio hasta la bifurcación donde ella doblaba a la derecha para ir a la piscina y yo a la izquierda (¿había otra opción disponible?) para ir a mi casa a almorzar, llantos (unicamente de parte de ella porque soy insensible y no logro llorar cuando se debe), burlas (de parte de ella a causa de mis patéticos intentos de aprender su -adjtivo a elección del lector- idioma), shampoo cuando yo olvidaba el mío (aproximadamente cada vez que había que llevarlo), y un extenso etcétera. A todo esto, sí lloro. El año pasado lloré cuando se me reventó un globo con el que había estado jugando harto rato. Ahora es cuando realmente vuelvo a lo mío. No habrá nada que suplirá, no habrá bizmas francesas disfrazando nada. Aquí estoy y aquí me siento (de "sentir" y no "sentar").

Ahí llegamos a lo que es el Tiempo. Como dimensión, quiero decir. Si nos vamos a lo netamente práctico y físico del concepto, las cosas no eran ni serán, las cosas sólo son. El pasado, ¿¡qué chucha es el pasado!?, es un weá que está al interior de cada caja ósea en que está contenido el encéfalo. Por eso, deberíamos referirnos a él como un concepto por ausencia, es definir algo, delimitarlo, porque en realidad no es. Y en todo caso, si quisiéramos ser más agudos y precisos en nuestra forma de expresión, deberíamos decir los pasados; ¿cómo va a no-haber sólo uno? Habrá uno por cada parte corporal superior roma capaz de hacer sinapsis y crear uno propio. Este (el del Tiempo) es un tema que nunca llegaré a entender y que me ha cobrado a veces horas de reflexión más bien circular (como si el cu ele no tuviera suficientes). Nunca llego(aré) a desarrollar más que esto una conclusión. FAILED, TRY AGAIN.

Siempre he tenido problemas para vivir el ahora. Obvio que suena a frase cliché, pero es la cruenta verdad. Cuando algo sublime pasa en mi vida, hay un lado que se opaca gracias a la efectiva, miscelánea y rápida acción de mi querido subconsciente, que me pone al corriente de algo que yo sé perfectamente; que eso que me hace tan feliz en ese momento es finito. ¿Por qué no lograba dejar de pensar en lo que vendría después? Y sí, conjugué "lograr" al pretérito imperfecto, porque estoy en proceso de rehabilitación. Cuando uno tiene sueños, ideas, utopías, etcétera, aún-se-me-pueden-ocurrir-otros-términos, metas que alcanzar, tiende a crearse espectativas. A crearse en exceso, quiero decir. Y cuando las cosas suceden, se pasan mucho más rápido de lo que quisieras si no te concentras en aprovechar CADA instante, cada oportunidad, cada semáforo en verde que se te cruza por la ruta cual gatito en la carretera. ¿Qué cresta importa el carácter finito de mi café con leche (me carga cuando se me acaba)? Bajemos los humos y seamos humildes; somos humanos. Y humanos finitos. Según platón, somos y no somos al mismo tiempo (tuve prueba de filosofía el viernes). Sería como no creer en ese ALGO que ordena las cosas (que algunos llaman Dios) por el simple hecho de saber que es inherente a nuestra condición humana la necesidad de creer, de anclarse en algo. De poder decir: "Dios, cuídala" y quedarse quizá tranquilos. Esta cualidad de nuestra condición humana, lo que lograría hacer al efectuar un análisis frío de la situación, es catalogar el concepto en que nos apoyamos (sea ese ALGO, Dios, Monesvol, etcétera) casi como un síntoma psicosomático y, por tanto, interior al Hombre. Y es posible que sea eso. Somos seres dependientes, sociales, inseguros y débiles. Por eso "razonamos", porque no tenemos ninguna otra ventaja con respecto a los animales no-racionales. Tengo una capacidad notoria de desviarme de lo que estaba hablando.

El método es un concepto por ausencia.

martes, 10 de agosto de 2010

Sí, carnicería relativa al amnios.

Acabo de comerme todo lo que quedaba del chocolate que mi mamá me había regalado para el día del niño. Curioso que nunca en mi vida se haya siquiera mencionado esta fecha como una distinta al siete de mayo o al dos de octubre y justo este año, en que cumplí los dieciocho, me regalen algo.
Filo, estaba rico (era con naranja).
Hoy día en la mañana, mientras caminaba hacia la estación del metro que se encarga de llevarme sana y salva al colegio, me pasó algo que me llevó a pensar en un tema que me ha estado dando vueltas en la cabeza desde que entré al colegio de vacaciones de invierno (para que vean los temas de interés internacional que invaden la materia gris contenida entre ciertos temporales, parietales y occipitales (ok, también el frontal)); un perro se detuvo delante mío, cerrándome el paso. Sí, SE DETUVO y por lo tanto yo ME DETUVE. Porque había un perro delante mío y yo no podía avanzar más.

Me acabo de acordar de una canción que me tuvo viciada mucho tiempo, durante el periodo justo anterior a partir por un año de mi partia. Poniéndome en el extraño y aislado caso de que alguien no lo haya percibido, es un link.


Sigamos con lo de los perros. ¿Por qué hay perros que te siguen en la calle? Está tácitamente asumido como respuesta a esta retórica pregunta que los perros siguen a la gente que posee, más que un olor, un hedor especial. Pero yo estoy segura de que esta afirmación es, como muchas otras creencias populares, de argumentación principalmente falaz. ¿Por qué? Porque el primer día que fui al colegio, pasé al lado de dos perros. Y ¿por qué fue sólo uno el que me siguió hasta la estación? Para el otro, fui totalmente carente de atributos interesantes y dignos de ser seguidos. Aparte, estoy segura de que yo olía rico [inserte trece-trece a discreción].
Otro día, cuando realizaba yo exactamente la misma actividad (caminar a la conocida estación), pasé al lado de un perro a quien, con el rabillo del ojo, justo antes de que saliera de mi campo visual, percibí levantarse (estaba sentado) y me dije: "Cresta, otra vez me va a seguir un perro" (porque a todo esto, no me gusta). Escuché casi resignada el conocido sonido de las garras contra el pavimento acercándose desde atrás, por mi izquierda, hasta que el quiltrín con acercamientos siberianos se volvió a introducir en mi campo visual. Para mi gran sorpresa y ALIVIO (onda "aaaaaaah, juiiuuu"), el perro me pasó y se volvió a sentar.
Victoire!
Y lo loco es que el mismo perro me hizo pasar por el mismo momento de incertidumbre del avenir una segunda vez, en donde la historia se desarrolló exactemente de la misma forma, excepto que el perro apareció por mi derecha. En volá pensó: "¡Ha, no te esperabai esa!".
Prosiguiendo con mis experiencias referentes a este polémico tema, una vez en que una amiga a quien ya he mencionado me vino a buscar un día que ya he mencionado para asistir a una actividad que ya he mencionado (no tengo más vida que esa), salí yo del edificio y la veo. La saludo y al comenzar a caminar, percibo a dos perros que la siguen. Como yo iba con ella, debería decir que nos siguen. Se lo remarqué y me dijo que de hecho los perros habían pasado siguiendo a alguien más, mientras ella estaba estática esperando a que yo saliera, y que habían traicionado a la antigua víctima quedándose con ella (mi amiga), por si le faltaba compañía. Y este no es el fin de la historia. Es el comienzo. Porque en las próximas once cuadras que tuvimos que caminar para llegar a nuestro destino, su olor logró congregar a CINCO EJEMPLARES CANINOS. ¡CINCO!
Y estoy segura de que ella olía rico, porque yo no estaba congestionada y no sentí nada. Además era temprano en la mañana.

¿Qué es lo que les llamará la atención?

Procedo a agradecer la oportunidad que me brinda la tarjeta del metro para estudiantes, que me permite viajar incalculablemente barato (es figurativo, las matemáticas de segundo -quizá tercero- básico sí me permiten calcularlo). Desde que la saqué, ha provocado en mí una admiración que llega a superar el hecho de que en el lugar en donde debería verse mi foto, se vea más bien la de un travesti.
A todo esto, siempre me he preguntado, y ahora más que nunca por el hecho de viajar todas la mañanas en el mismo tren con aproximadamente la misma gente, ¿por qué hay individuos e individuas, caballeros y caballeras, que cargan siempre la tarjeta al salir? Y no sólo eso; que cargan la cantidad justa para pagar el viaje recién acabado, dato que permitiría saber, al otro día, que no contarán con la cantidad suficiente para pagar el viaje que efectuarán, como cada mañana, y que incluso así, al salir del tren pasan la tarjeta por el coso que no sé cómo se llama y que cobra los pasajes quien les muestra en la pantallita algo así como "error validación, saldo no-sé-qué" para hacerles ver, como siempre, que no tienen plata y que tienen que cargar.

La luz del baño se encuentra en un estado defectuoso y titila excesivamente cada vez que la enciendo. Si fuera epiléptica podría entrar en crisis.

sábado, 7 de agosto de 2010

La mórula.

Ahora tengo un teclado que no se pega, la página de la RAE abierta en caso de, y... ¿eso sería todo, creo?
(Tres puntos.)
Bueno, después de mucho, MUCHO reflexionar, leer el blog de la Bego, el blog del Javier, comer, ir al baño, dormir, respirar, tener frío, y todo lo que conllevaría una vida normal de una persona totalmente normal y con sus funciones biológicas en marcha, decidí crear este espacio que no promete ninguna continuidad, coherencia, cohesión, periodicidad, y me estoy alejando del punto. Ni siquiera sé si sea tan importante para mí el hecho de llegar realmente a ser leída o no, pero el punto es que mi mamá dijo una vez en que yo subía la escalera de mi casa, recién salida de la ducha y por lo tanto con una toalla en la cabeza (tengo sinusitis crónica, estoy obligada a hacer eso para no enfriar mi cráneo y que este no sufra crueles cambios de temperatura) que yo era una persona viscerotónica (ojalá se escriba así). ¿Por qué la explicación de la toalla en la cabeza? Porque, gracias a las interferencias que provocaba la absorbente tela de la que ésta se confecciona entre la voz de mi progenitora y mi oído, escuché que ella decía que yo era un "mísero tony", lo que no llegó a agradarme mucho. Bueno, eso es cuento aparte. Nunca investigué más de lo que me dijo ella sobre lo que realmente es un viscerotónico, pero la cosa es que necesito sacar todo de mí. Y qué mejor que un fiel amigo llamado Blog para llevar a cabo esta noooooble tarea.

A todo esto, entre ayer y hoy me pasó algo muy místico. La historia se desarrolla así:
Había yo decidido, por motivos de fuerza mayor como son paja y ahorro de plata en pasaje, desplazar mi fisonomía desde el colegio, sin pasar a mi casa antes, a la casa de un amigo para matar el tiempo entre el término de clases y cierto coloquio que iba a tomar lugar en un sitio en dirección absolutamente contraria a la de mi casa desde el colegio (si el amigo en cuestión llegase a leer esto, fui a su casa por puro gusto y ganas de verlo, si no lo lee, no). La cosa es que, para llegar a su casa, tuve a su vez que matar el tiempo en la casa de una amiga porque el amigo (procedo a enredarme yo misma) me avisó a última hora que no iba a estar en su casa antes de las cuatro de la tarde. Cuando llegó la hora de encaminarme hacia tierras cada vez más lejanas al mar, salí de la casa de mi amiga rumbo a la estación del metro-tren. En el camino sucedieron cosas de dudosa importancia en este contexto (hablé por teléfono con mi papá porque aún no estoy inscrita en el pre), llegué a la estación, pasé mi amada tarjeta de estudiante en la que salgo como travesti por el coso que no sé cómo se llama y que cobra el pasaje y sucedió todo lo necesario para que yo subiera al tren. En cierta estación, se sube un individuo que llamó mi atención por su atuendo... extraño. Tenía un pantalón de tela marengo bastante desteñido y bastante ajustado, y aunque a muchos (en este caso no, ya que no precisamente muchos leerán esta entrada) se imaginarán a un poquemono o algo por el estilo, era lo que menos podríamos clasificar dentro de esta tribu urbana. El pantalón era demasiado corto, no llegué a deducir si tal largo era a propósito o no, pero la cosa es que veíamos gran parte de su pantorrilla. Y sí, su pantorrilla, porque los calcetines eran de estos mínimos, que apenas cubren un poco más que una zapatilla de ballet, en color blanco y bajo unos mocasines brillantes y en punta. Se veía realmente exótico. La parte superior era una camisa de franela escocesa roja con negro (ahora que releo la caracterización, suena más de lo que quisiera a un poquemono, pero les prometo, ERA TODO MENOS ESO), para nada ceñida y contrastando con el pantalón. Corte de pelo normal, mochila normal (verde, si mi memoria no falla), la cual al sentarse posó en el suelo pasando el pie por una de las asas. Si pusiéramos un reloj gigante y horizontal bajo sus pies y orientáramos el doce en frente a su cara, yo estaba a sus cuatro y media, así que me sentía en la libertad de observar. Después de una o dos estaciones desde su entrada al tren, sacó un libro de su mochila (no pude leer el título), y de vez en cuando se volteaba como si verificara la cantidad de moros que había en la costa (un par de estas veces debe haberse dado cuenta de que yo lo estudiaba, pero no pareció molestarle y a mí no me molestó que se diera cuenta). Me estoy alargando mucho. Después, mucho después, cuando el coloquio que creó toda esta travesía ya había terminado y yo esperaba en la plaza de cierto pueblillo que mi fiel mamá me pasara a buscar, ya que una pequeña escolar de mi edad y en uniforme no debe paserase sola en micro cuando está oscuro, me encontraba yo intercambiando puntos de vista con gente interesante, refinadamente sádica, y en un momento equis (x) dije que a veces pasaban cosas que obligan a pensar que hay ALGO que ordena las cosas. Hoy en la mañana me dirigí a una jornada de talleres impartida para estudiantes de cuarto medio en cierta universidad de mi ciudad con una amiga (la dueña de la casa en donde había asesinado tiempo ayer), con la intención de volver antes de las once a mi casa ya que me comprometí a ir a estos talleres en un día en que ya tenía un compromiso establecido, pero yo olvido todo. La cosa es que salí de la U en cuestión a una hora muy equis (x), con un montón de rutas posibles hacia mi destino, y ¿a quién vi?, pues al extraño individuo del tren de ayer, vestido exactamente igual, esperando el semáforo para cruzar la avenida en dirección al mar, en una ciudad totalmente lejana a donde había tomado el tren el día anterior. Un hecho de carácter jocoso, además, es que ese era el semáforo por el que yo debería haber cruzado, también en dirección al mar, para no pasarme de calle y no darme una vuelta estúpida e innecesaria. Pero creo que me distraje.