jueves, 25 de noviembre de 2010

Desde ahora hacia atrás, m < 0.

Ahora sí que no sé lo que me espera, y ahora sí que que no puedo saberlo, ni suponerlo siquiera. Ayer fue un día extraño, con oscilaciones anímicas cuáticas. Partamos por el hecho de que era mi licenciatura. A partir del momento en que ese cartón con frases hechas, nombres, firmas, fechas y timbres estuvo en mi mano, gracias a mi profe jefe (quien hizo que todos se vieran altos en el escenario, según mi hermana grande), pasé a subir la tasa de desempleo del país. Y con mucho orgullo. Como en mi colegio somos (bueno ya, éramos) cinco cuartos medios, repartieron las licenciaturas durante el día. Yo soy del Cuarto Aaaahhh, así que lógico, nos tocaba primero (no se lo esperaban); a las NUEVE de la mañana.
Yo siempre había querido graduarme al aire libre, con toga y birrete y los rayos del sol del pre-ocaso bañando oblicuamente esta fastuosa ceremonia donde la emoción une a los presentes en una felicidad incalculable y bla bla bla, pero no. Bueno, no puedo quejarme; aunque las invitaciones podrían haber sido mejores y deberían haber pensado en sacar la foto de los graduandos con toga y birrete porque fundaban falsas esperanzas en mí, fue un momento de genuina felicidad. Había siete cupos (incluidos los papás) para cada alumno, y vino mi papá con mi abuela desde Santiasco, a quienes no había visto en un tiempo considerable... desde el dieciocho de septiembre, creo. También fueron testigos de mi inicio a la cesantía mi mamá, mi otra abuela, mi hermana grande y mi hermana chica. La mamá de mi papá parecía manguera llorando... estaba tan contenta, y eso me ponía en extremo feliz a mí. Mi hermana grande me regaló un flor de goma eva, y luego de la tertulia de rigor con el curso al terminar la última lista, fuimos todos los que estábamos (mis invitados a la licenciatura, digo) a la casa de mi tía. Se reunió un grupo, por consiguiente, que no se reunía hace años. Pero AÑOS. Quizás más de ocho mil. Bueno, pero la cosa es que fue impresionante. Ayer en la mañana estaba realmente feliz.
Con mi mamá y mis hermanas fuimos a comer sushi por ahí, y después compramos unos pastelitos árabes equis. O sea, mi mamá los compró. Llegamos a la casa y me puse a estudiar al punto de que mi hombro me reclamaba por la posición que tuvo que adoptar durante prolongados periodos y mis dedos de la mano izquierda ya cuenta con surcos bien definidos. De todas maneras sentía que avanzaba, ya casi tengo toda la partitura leída y bastante introducida en mi cabeza, pero eso es de sólo una de las tres piezas. No fue hasta bastante tarde que supe que en realidad lo que estoy haciendo no tiene mucho sentido que digamos. Una decisión que ya estaba más que tomada por mí tuvo que ser prácticamente desechada. Aunque lo que me queda por hacer no es para nada malo, de hecho es bastante lógico y no puede ser de otra manera, no sé, yo supongo que fue el hecho de haber estado tanto tiempo equivocada e idealizando lo que me puso tan mal. Me sentí una idiota integral y apartada. Desnivelada (gracias, cultura). Ahora no estoy segura de qué cresta voy a hacer, pero es casi un hecho que tendré que estudiar una licenciatura simultaneando el conservatorio. Y después veré qué hago, pero por lo menos estoy consciente de que no es absolutamente mi culpa. También lo es de este faquin país burocrático y sus secuaces. No les cuesta nada tener al tercer estado un poco más informado, o por lo menos con un acceso más expedito y fácil a la información. Pero así es la vida acá.
Lo ridículo es que es tan fácil... al esparcir la cultura y todo lo que ésta misma alude, se logra dar un paso gigante hacia nuestra deseada y abstracta amiga llamada Igualdad de Oportunidades, pero al parecer las cosas por ahora van a pertenecer a un círculo cerrado y más bien selecto, con lo que estoy de acuerdo, pero la selección no debería ser al nivel del acceso a la información que podría competer a todos. Shao.

A todo esto, fui al pre-estreno de la historia del niño que sobrevivió al maleficio imperdonable de la luz verde y es la que, según yo, menos se han echado respecto al libro. No reclamé tanto durante la función. De hecho me gustó harto la weá de película.

Seeee, después de todo no es para nada malo..., yo quiero vivir haciendo lo que amo. Pero podría haber estado al tanto de este pseudocolapso antes y no me sentiría tan sacowea en estos instantes. Son las cuatro de la tarde y muero de sueño, tengo que estudiar para la faquin pe ese u (porque ahora sí que es de carácter obligatorio) y siento la presión de los circulitos con lápiz 2B sobre mis sienes. Y hace dos días que no me como ni los dedos ni las uñas.

martes, 9 de noviembre de 2010

Lo que sigue.

Ésta es una entrada que va con una base. Se supone que tengo algo que decir hoy.
Y de hecho, así es.


¿Qué es lo que pasa? Es que me (nos) quedan cinco días hábiles. Cinco días de notas y CHAO. Chao a lo que hemos hecho durante el (procedo a generalizar) sesenta y seis coma seis periódico por ciento de nuestras vidas (basándonos en que tengamos más o menos dieciocho y que hayamos pasado doce años en el colegio).
Los días ya estipulados se acabaron. Durante doce años, hicimos lo mismo. Lo mismo porque era lo que había que hacer, y todo el mundo hacía lo mismo. No había elección a gran escala. Y es increíble pensar en lo fácil que es vivir cuando no tenemos que decidir mucho. Ahora, todo ésto se acaba. Yo me acuerdo cuando, yendo aún en séptimo, o hasta sexto, con mis compañeras de las Pasionistas pensábamos en la graduación (sí, yo también pensaba en la graduación y todo lo que ésta implica). Ya en octavo las conversaciones eran incluso de los vestidos y zapatos (dato freak: una compañera dijo que quería ir con botas de cuero -trece trece-), y ahora ya estamos a poco más de un mes de la famosa fiestilla. Es increíble, tengo la impresión de que los minutos se estiran y que pasan arrastrándose hasta hacerse tediosos, pero sin darse cuenta, ya pasó una semana, un mes, trescientos doce días.
Todo ésto ejerce una presión. Al sentarme a no hacer nada (cosa que por estos días hago realmente muy poco para lo increíblemente floja que soy), no logro estar absolutamente tranquila. A veces, llego a sentirme poluta. Hay miles de cosas que dependen particularmente de este fin de año. DEMASIADAS (me estoy apoyando en el hecho de que el mundo continúe después del veintidós de diciembre del dos mil doce). Todo el dos mil once depende de las escasas horas que pasaré dentro de una sala (que todavía no sé en qué colegio de Viña se encontrará) llenando circulitos con un lápiz grafito 2B.




Continúo escribiendo hoy, martes nueve de noviembre del dos mil diez, día en el que faltan sólo tres días hábiles para cerrar promedios.


Después de este fin de año, las dinámicas vitales van a ser diferentes. Cada uno podrá tomar su rumbo y probarse. Ver si lo que ha estado haciendo vale la pena de alguna forma.
Opino que el estilo de vida de hoy no nos permite asimilar realmente el quiebre que va a suceder en nuestras vidas. Lo inmediato y vertiginoso nos ha hecho perder el interés en todo, pero esto es importante. Si no hubiese estado sola, realmente sola, sin siquiera poder hablar porque no conocía el idioma, fuera de lo mío y lejos la gente que amo, quizá no tomaría tanto espacio en mi cabeza lo que estoy viviendo.
Es la incertidumbre.
Pero, a pesar de ser una incertidumbre que, correspondiendo bien a su naturaleza, me presiona la garganta y el pecho dando la real impresión de que tengo algo muy parecido a la pena, ésto es de una manera para nada desagradable. Es un nerviosismo, ansias de que llegue lo que viene. El colegio, sea malo, bueno, gordo, sucio, valiente, laico, negro, blanco, hueco, oblicuo, confuso, arrugado, horrible y con techos ordinarios que se caen con la lluvia en el patio de atrás (como lo es el mío), es todo un universo que cuesta creer que uno va a dejar para siempre. Ahora tenemos que irnos. Se supone vienen mejores tiempos. Toda esa gente que dábamos por sentado que estaba ahí, y que eso nos aseguraba, ya no va a estar igual de disponible y cerca. Como siempre he intentado definir sin llegar a algún absoluto más o menos aceptable, vamos a echar de menos. El echar de menos es algo muchísimo más complicado de lo que parece. Es un proceso sensorial, tiene que ver con todo; olores, temperaturas, vientos, quietudes, colores, cercanías, sonidos, texturas, sabores, movimientos, y un astronómico etcétera. Estamos creciendo, y aunque suene a cliché, me asusta. Me asusta alejarme de nuevo de los que amo. Y me da pena. Después de todo, pasamos juntos a lo menos ocho horas de nuestro día.


Tenemos que tomar nuestras cosas e irnos.

lunes, 18 de octubre de 2010

Semana ensayista y un poco productiva.

De partida, mi vida no es productiva por el simple hecho de tener aún que ir al colegio. A estas alturas del año es una pérdida de tiempo tan evidente que ya se está tornando inaceptable y de dimensiones no medibles si nos vamos al terreno de lo desagradable para el pensamiento humano. Mi pensamiento en total simplicidad. Cada vez que pienso en el momento matinal y horriblemente rutinario en el que me dirijo a la estación del metro (deidad) me da un impulso (chum) y una fugaz imagen cruza mi mente. Me veo a mí misma destrozando todas las grises y polvorientas cortinas de la sala. De hecho, el llegar un cuarto para las ocho todos los días (bueno, excepto hoy, que salí de mi casa junto con mi hermana chica, considerando que su colegio queda a veinte minutos de la casa y el mío a cincuenta o cincuenta y cinco minutos) y por lo tanto encontrarme unos cuatro minutos sola cada mañana, la situación me desafía a hacerlo diariamente. Sé que no lo voy a hacer, pero de que tengo ganas, las tengo. Odio esas cortinas. LAS ODIO. Cuando hay viento y sol a la vez, te obligan a someterte a una de dos situaciones de las que el individuo regular no gusta; uno, o que te lleguen los incontrolados rayos a alguna parte del cuerpo que eleva su temperatura de forma... hola; o dos, acostumbrar tu cara al vaivén de la maldita cortina, sumisa ante los efectos de masas de aire a diferentes temperaturas.
Como debe ya sentirse en el aire, no tengo nada de qué hablar. Esta semana tengo varios ensayos pe ese u (hoy tuve uno de historia, soy una inculta, y uno de lenguaje en el que omití bastante). Mañana doy creo que lenguaje y ciencias por los de prueba del DEMRE, el miércoles matemáticas por lo mismo (es posible que sea al revés pero poco importa), el jueves nada y el viernes matemáticas en el colegio. En matemáticas me doy la libertad de tener un poco de fe.
Hoy sentí el verano, y me gustó.
Creo que ver a la gente en polera me puso de buen ánimo. Incluso después del preu, caminando hacia mi casa, muerta de calor, lo sentí positivamente en el ambiente. Hace dos años que mi cuerpo no siente la navidad, ya que la nieve de la pasada no le permitió ponerse en el contexto festivo. Fue engañado, el pobre.
A Ari le están saliendo brotes. Ari Laamanen (lo siento, pinito de navidad, si no escribí bien tu nombre). Se llama así en honor al pen-friend finlandés de infancia de mi mamá. Se escribieron como seis años. Yo tuve varios con el ePals. Pero mula, nos mandamos con suerte dos mails y sería todo. Adiós.

domingo, 3 de octubre de 2010

Un libro, una opinión y otra opinión.

¿Y qué pasaría si quisiéramos vivir nada más que de ideas e ideales?
Vivir en pos de lo que viene, de los que nos queda por alcanzar.
Proceder con la mente virgen y sólida.
Con fe en lo que sabemos que podemos lograr.                                      En todo.


La duda anterior deja caer sus orígenes en cierto suceso de cierta mañana y en otro cierto suceso de cierta tarde. El primero fue un simple intercambio de ideas entre dos personas, el segundo un breve monólogo, en ambos casos los participantes de la situación comunicativa eran cada uno perteneciente a un grado diferente de la escala jerárquica de cualquier institución educacional (sea colegio, en el primer caso, sea preu en el segundo). Cada una ejemplar de un grupo etario diferente, separadas por unos quizá generosamente escasos treinta y cinco inviernos.


Para crear un contraste que defina un absoluto tiene que existir gente que destruya lo que otros construyen. Mientras algunos trabajan en total discreción por la realización de los sueños, otros viven con una predisposición a resignarse frente a lo que no controlan, o creen no poder controlar y crear. Como dijo mi profe de filosofía, somo hijos de los tiempos, pero en esta peculiar relación filial, podemos decidir.


Debemos decidir para que el monstruo no decida por cada uno de nosotros.


El tomar conciencia de la libertad que poseemos nos otorga un poder inconcebible para nuestra realidad. Es una pequeña realidad, pero al fin y al cabo, es la nuestra y la única que tenemos. Es preciso cuidarla, cuidarnos.


Protegernos. 

domingo, 26 de septiembre de 2010

Los que se fueron, regresaron, y nunca volvieron.

De súbito volvimos a los VHS. Es impresionante la calidad con la que nos contentábamos. En ese entonces era importante el contenido. Ahora lo es la forma. De todas maneras, si hubiéramos tenido algo mejor en ese momento, habríamos probablemente optado por una calidad más elevada de reproducción, independiente del contenido.




Sobre la torre había una regla que decía gauche a la izquierda y droite a la derecha. Se escuchaba la voz de un pequeño león con complejos de grandeza, y voces femeninas que coreaban su canción, sin tener mucha conciencia sobre el mensaje. Una estaba frente a un prisma extraño, la otra sobre la cama. Alguien se acercó a decirme hola, porque estaba asustada.


Hay quienes poseen un tegumento frágil. Cuando llegamos, había un bifurcación, una canción buena, y una decisión que tomar. Pero pensamos en el muro, ése que estaba hecho de fetos, guaguas raquíticas que alguna vez fueron congeladas, que tenían los miembros amoratados y quebradizos, y todo se hizo más fácil. Todo fue evidente y hasta obvio. Y lo logramos. Y nos sentimos libres. Fue seguramente el momento en el que asumimos que nunca sabríamos dónde estaba, dónde se perdió, y que por lo tanto nunca lo encontraríamos y tendríamos que prescindir de lo que hasta entonces era imprescindible. Ahí comprendimos que nosotros lo perfilábamos y le dábamos forma. Que era nuestro.

La lámpara estaba dispuesta de manera bastante frontal a la niña, aunque un poco hacia su elevada izquierda. La repetición cíclica no le molestaba por el momento y la mente se le atrofiaba y bloqueaba ciertos procesos cerebrales. Asumía que todos tenemos un sinnúmero de antecedentes no necesariamente públicos, que no nos implican directamente y que incluso así, afectan nuestra figurativa calma. Éso la tranquilizó, y le hizo sentir una extraña cohesión confusamente cálida para el contexto. Son cosas que están tan lejos. Tanto que al tocarlas y verlas delante tuyo, las sientes incluso más irreales, más de lo irreales que te parecieron cuando las supiste. Al palparte las sienes y sentir la sangre que pasa cada cierto lapso, ignorando la química, biología y demás disciplinas científicas que podrían aludir a esta mezcla de plasma y células en suspensión, tomas conciencia de las cosas que no duran, pero aunque se hayan ido por un rato, estás seguro de que volverán.

Es el único lugar que conozco. Es ése y ninguno más. Donde se disfrutaba del caos y se atendía el cosmos. Donde se nos mantenía vivos. Viviendo y no sobreviviendo. Donde todo tenía sentido, un porqué, un para qué, una finalidad. Lo mismo que hoy hacemos casi por inercia. Donde todo dependía de todos y nos hacía partícipes, creadores y propulsores de felicidad. Donde éramos responsables de algo o alguien (o ambos), y nos sentíamos imprescindibles. Donde alguien nos necesitaba. Donde las cosas no eran relativas y podíamos estar seguros, y teníamos espacio. Donde no pertenecíamos y no anhelábamos hacerlo. Donde lo bello era simple y universal. Donde el dolor tenía un hogar. Donde la culpa era sólo un estado de transición, era útil y no una tranca. Donde no buscábamos trascender y quedar en la posteridad. Donde nos comparábamos sólo con nosotros mismos.


Pero nunca volvimos.

martes, 7 de septiembre de 2010

Que no entren.

Cachen que estaba demasiado rica la ensalada que me acabo de comer (apio con manzana), tengo el gugl crom, toqué una armónica y supe que cuando soplai no suena igual que cuando inhalai y que de hecho es así como tocai la escala, se me pasó el metro de manera bastante exasperante (onda, llegué a la estación y ÉL ESTABA AHÍ, y por tres segundos no lo pude tomar. Y el Metro Valpo no tiene una frecuencia que podríamos catalogar de exuberante así que casi llego tarde al colegio) y hoy fue la primera tarde en que llegué del colegio sin polerón porque no tenía frío.
Ayer se cumplió un año.
Hoy se cumplen tres semanas desde que dejé de morderme dedos y uñas.
Le acabo de pedir a mi hermana chica que me traiga más ensalada de apio y manzanas. ¡Estaba tan riiiiica!
Ahora estoy equipada con un nuevo y lleno bol de ensalada de apio (y... manzana) que por cierto fui a buscar yo misma porque a mi hermana le dio lata y lo único que me falta es un tema del que escribir. Últimamente, más que pensativa o reflexiva, he estado increíblemente fatalista, rayando en el masoquismo, pero son etapas por las que uno pasa. O tiene que pasar. O éso creo yo. Y de hecho, ya la pasé, por lo menos por la más cercana de las posteridades. 


Debido a mi edad y, por lo tanto, a la etapa por la que me hallo yo pasando, uno de mis centros nerviosos (el que está ubicado en la cavidad craneal) ha debido asumir una cantidad colosal de información para la que no estaba quizá preparado. En realidad, no sé si preparado sea el término adecuado, pero la cosa es que no he podido dejar de impresionarme. Es posible que estas reacciones desmesuradas que imprimen trazas en mi conciencia sean parte de lo que hoy es el mundo, lo que hoy es mi país, y de lo que tengo que tomar el hábito de enterarme. Pero el tema es que no quiero que cosas así entren a lo que para mí es la norma. Yo quiero que lo que está llegando a ser normal no logre la clasificación de habitual y, por lo tanto, ser aceptado a la fuerza por nuestra moldeable sociedad. Esta actitud podría ser tomada como extremadamente conservadora y nada vanguardista, pero no hay que tomarla desde el punto de vista cartucho (independiente de que yo sea cartucha). Una cosa es que las cosas avancen y otra es que las mismas sean despojadas de su virtud, sustancia y vigor. Para mí, nos estamos desvirtuando. En todo aspecto, las cosas están sobrepasando los límites y barreras que yo había concebido como impuestos por la misma sociedad; pero NO, estos límites son OTROS. Son EXTREMOS PARA MÍ. Y no es que me hayan criado dentro de una burbuja, es que en los ahoras, un porcentaje desmesurado de lo que es la cultura está hecho y fundado dentro de cada ser en base a nuestra querida amiga tele. Personalmente, admiro la capacidad que ha tenido este prisma (y ahora, figura casi bidimensional) para tener ocupado al mundo durante tanto tiempo útil. Y estoy cayendo en la crítica social más cliché que existe, lo sé. Pero es que es verdad


Otra cosa que está siempre presente ya sea de manera tácita o casi tangible (gracias a la Pando, por ejemplo) es nuestra gran amiga PSU. ¿Quién, de los que la van a dar este año, ya la dieron o la darán en un futuro no lejano, no ha tenido ya a su manera una pequeña crisis de estrés a causa de esta singular acumulación de hojas corcheteadas y/o una perfecta imitación o reproducción de ésta, sea facsímil? 


Ver ejemplo.

A mí me cuesta asumir que, de cierta forma, tu entrada a la U y carrera que quieres del año siguiente depende de estas hojas y de tu estado de ánimo, de tu tranquilidad y tu capacidad para calmarte si no te sale alguna weá, de cuántas horas has dormido y si has logrado hacerlo bien, de si tu lápiz grafito HB y tu goma, los cuales vas a haber comprado especialmente para esta ocasión (o por lo menos mi hermana lo hizo así) no te cagan (alguien con intenciones nefastas puede haber tomado tu lápiz y haberle roto la mina en mil pedazos :c ), de si no se te olvidó el confort para sonarte (si es que tienes mocos), de si te pica el pie, justo la planta, y no puedes rascarte sin tener que sacar el zapato (lo siento, si me pasa, me sacaré el zapato al toque y de esta manera, i'll nip it in the bud) y gracias a éso pierdes los segundos que el destino (no creo en el destino) dictaba como necesarios para que terminaras tu PSU de manera digna, y un infinito ET-CÉ-TE-RA.


Qué miedo.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Inminente inicio de la Revolución Legítima (legítimo; de acuerdo a la tercera acepción de la RAE).

Hoal, em eh daod cuneta ed qeu em eqiuvoco deamsiado.

Me lo han dicho muchas veces, me lo hacen ver y entender de mil maneras, y lo han hecho durante mucho tiempo, pero no lo había captado como un mensaje tan real. Hasta ahora. Las pre-concepciones que tenía de la humanidad y de nuestra condición me estaban cegando. Y tengo que tomar cartas en el asunto. Tengo que tomar una decisión. Tengo que analizar los pro y los contra de la posibilidad que encontré hoy, cuando salí a caminar en la mañana sin ningún objetivo fijo por calles llenas de artistas, de funcionarios públicos, de comerciantes y de infantes y de volantines. Tengo que estudiar esta opción desde el punto de vista más práctico hasta el más elevado, subjetivo y personal. Cada individuo es lo que es, independiente de las relaciones sanguíneas que lo unan a otros ejemplares de la especie. Y éso es lo que mi inconsciente intentaba ignorar, pero las cosas son mucho más simples, mucho más verticales de lo que creía. Si no vemos las cosas como son, no progresamos. Yo me equivoco, pero TODOS lo hacemos. Y ése es el problema. Que no es necesario, no es sano, ni siquiera es lógico estar a disposición de los demás para que descarguen sus contrariedades y disfunciones vitales tomando tus errores y tapándote con ellos. Llega un punto en el que ciertas actitudes se transforman en un ciclo patético, que perjudica desde la base y que por estándares sociales no es modificado. Soy un a persona tan influenciada por factores casi doctrinales, de los que a todo ésto no me gustaría formar parte, que esta decisión me tomará tiempo. Yo quiero ser una mejor persona. Mais ici je ne peux pas. Ici, je ne suis pas capable. El punto es que estoy dispuesta a trabajar por ello. Pero las condiciones laborales aquí son extrañas. Si fuese una bacteria, tendría que ser una arquea. Pero soy un organismo extremadamente simple, egoísta y débil. Pero estoy dispuesta a cambiar. Y como cualquier ser más bien enclenque, a veces exánime, necesito ayuda. Estoy en un dilema ético y moral, como dirían mis amigas en su disertación de filosofía del viernes.
Creo que digo todo ésto porque tengo y poseo un amor propio que supera lo sano y recomendado.

domingo, 29 de agosto de 2010

Todo cambió; ahora sí se puede pasar de la cocina.

Mi hermana chica está viendo cosas rancias en cierto canal y tengo que hacer una presentación en pagüer point para el viernes, y NO PUEDO CONCENTRARME, porque el compiúter está en la misma pieza que la tele. Así que procedo a escribir, aunque ni siquiera estoy segura de si lo publicaré hoy o no.
Bueno.
Hoy es un día extraño, final de un fin de semana extraño, el cual es a su vez la culminación de una semana extraña. Pero esta vez sí que es en serio. Ah sido todo muy qué chiuchia.

Ojalá pudiera redactar así. Pero si ésto fuera posible, la música no tendría valor. La música es para decir lo que no queremos codificar en fonemas, o lo que simplemente no podemos codificar sin llegar a desvirtuar. Lo que es capaz de apretar la guata, parar los pelos (o vellos, bueno), de detener apelando a la relatividad del tiempo, de anular la sinapsis, de ramificarse desde el pecho hasta más allá de los dedos. Todo lo que se puede dar el lujo de no ser y de ser, o de hacer uso del verbo que denota existencia en absoluta libertad, pureza, perfección. Eso es lo que aún no logro con el violín. Hablar. Transmitir. Toco vacía. Aún no maduro lo suficiente como para lograr que mi violín sea parte de mí, independiente de que me falten siglos de práctica para mejorar la técnica, debería poder sacar ese lado innato de la interpretación. Pero me siento bloqueada, fría y torpe. La música es una de las cosas que me llevan a pensar en el ALGO que ordena las cosas. No puede ser humana. Y me gustaría llegar a interpretarla algún día como lo merece.

Deja que comiencen las estaciones. ¡Aaaaah, ooooh!


Acabo de hablar con mi mamá y las reglas cambiaron. Ahora sí pueden pasar de la cocina. Hasta pueden ver películas en su pieza y meterse en el computador. ¡Terminé el pagüer poooooint! Éste es un día demasiado Keane.

viernes, 20 de agosto de 2010

Hay algo que hoy absorbió la energía contenida en nuestros hepatocitos y otras células somáticas.

Primera vez que escribo después de una semana en extremo extraña en todo componente activo de ésta.

En realidad ni tanto, pero es que es lo primero que se me ocurrió como introducción para otra, como de costumbre, random entrada. Ayer (en el sentido estricto de la palabra -como diría mi profe de filosofía-, debería decir hoy, porque lo que procedo a relatar sucedió después de las doce campanadas nocturnas, y, debo precisar, esto es literalmante hablando, ya que en mi casa hay un reloj tétrico que suena, ding dong) me fui a acostar en el momento en que asumí que las frases del libro que leía para la prueba de hoy, quienes habían estado negándose a quedarse quietas delante de mis ya cansados órganos visuales durante un buen rato, no iban a reivindicarse y continuarían su revolución, impidiéndome la comprensión lectora esperada. Ya había intentado varias cosas para evitar este comportamiento anarquista de verbos, adjetivos, adverbios y demases componentes morfológicos de la obra de Manuel No-Me-Acuerdo, pero cuando al estar parada se me cerraban los ojos y yacía sobre el eje de las ordenadas en un estado entre la inconsciencia y... la consciencia (cueck), en uno de estos despertares súbitos me dije que eso no podía seguir así, y dejé, a las dos y media de la mañana, de lado la intención de terminarme el malddddddito libro que, como todos los que he tenido que leer para el colegio en mi historia estudiantil, dejé para la última hora. A todo esto, me comí cuatro manzanas mientras me lo leía. 
Cabe precisar que en la prueba me fui a la mierda.

Siempre me he preguntado qué es lo que una persona emocionalmente madura hace cuando se encuentra en alguna situación que lo invita a ceder a las debilidades humanas. Que ni siquiera estoy segura si éstas se pueden catalogar realmente como debilidades (me refiero a actos como mentir, omitir, hacer trampa, apoderarse de lo ajeno y que no nos corresponde, aprovecharse del otro, y un enorme etcétera), porque esto trae SIEMPRE consecuencias peores y más difíciles de afrontar que proceder de otra forma. Creo que la llamo debilidad porque es el camino más rápido y que requiere menos esfuerzo en el momento en que se produce la disyuntiva encargada de hacernos tomar, en el al presente tratado caso, la opción fácil. Pero, insisto, es la opción con la lista más larga de contraindicaciones. Un ejemplo idiota: cada vez que corto el abundante flujo de agradable agua caliente que ha estado cayendo más (y a veces MUCHO MÁS)  tiempo que lo estrictamente necesario al momento en que me ducho, me digo: "puta, debería haber cortado la ducha antes", y me siento como el orto por mi egoísmo, mi individualismo, mi inconsciencia con respecto al medio ambiente y a mi mamá y la cuenta del gas y del agua. Pero, así y todo, CADA VEZ que me ducho pasa exactamente lo mismo. Y me ducho bastante seguido, créanme. Y me ducho más de la cuenta y me siento mal y quizá llegue incluso a odiarme por ducharme demasiado tiempo. Pero, cuando esta persona emocionalmente madura de la que estábamos hablando se encuentra en un ambiente lleno de personas que suelen llevar a cabo actividades de principios no necesariamente compartidos con ella, ¿qué debe hacer?; ¿ignorarlo?, ¿aislarse (a veces por mera sanidad mental)?, ¿decir algo?, ¿quedarse callado? De todas maneras, nuestro querido planeta contará siempre con una buena dosis de los que tejen sus vidas en paradojas morales,  habrá siempre los que van por caminos que se introducen a la norma, concepto que muta constantemente y se desvirtúa de forma VERTIGINOSA
La separación de los polos del bien y del mal ha sido siempre para mí como el tema de El Tiempo... es como intentar calcular Pi o el número e. Su comprensión es asintótica. Podemos sólo aproximarnos a ella. Para eso tendría que adentrarme en estudios de moral, de ética y quizá hasta de teología, pero tengo que recuperar el sueño de mi corta noche pasada ya que tengo pre mañana en la mañana. Una vez vi en una película (Donnie Darko) un ejercicio que hacía una profesora un poco patética... en la película estaba bien ridiculizado, pero yo no lo encontré mucho más válido que definir los extremos en Bien y Mal, estoy más bien de acuerdo con que éstos sean Miedo y Amor.
LLevo TRES días sin morderme los dedos. Y llevo tres días (¿o dos?) aceptando algo inútil porque no sé cómo proceder para arreglar la situación.

Estoy segura de que mi hermana chica es emocionalmente más madura que yo, PERO está en la edad del pavo y, por ahora, eso distorsiona. Yo creo que yo ya la pasé (la edad del turkey).

sábado, 14 de agosto de 2010

Ahora, sí termina.

Sería extraño comenzar a redactar ahora, porque es un día en el que siento la inspiración en un nivel excepcionalmente nulo.
Ayer tenía ganas de comer un brownie, mi mamá me dijo que no lo hiciera, y cuando pasamos a echar bencina me compré un brownie Y unos manqueques (es esporádico que me den ganas de comer cosas dulces). Me los comí y me dio alergia. Y mi mamá me había recomendado evitarlos porque me iba a dar alergia. A veces tiene razón.

Tengo un déficit increíble de cosas que contar.

El lunes va a ocurrir un evento que marcará un quiebre en mi -adjetivo a elección del lector- existencia. La representante francesa de turno en Chile (la única en mi mundo desde que llegué del intercambio) se vuelve a Francia. Y yo tengo dos pruebas (física y biología), así que no puedo ir a dejarla al aeropuerto. Qué lata que cosas tan triviales nos impidan otras mucho más importantes desde el punto de vista valórico y humano. Estuve un año con esta cabra, UN AÑO compartiendo sala, su estuche (suelo olvidar el mío), comentarios cero aporte, olores, sabores, oxígeno, dióxido de carbono, nitrógeno, vapor de agua, caminatas desde el colegio hasta la bifurcación donde ella doblaba a la derecha para ir a la piscina y yo a la izquierda (¿había otra opción disponible?) para ir a mi casa a almorzar, llantos (unicamente de parte de ella porque soy insensible y no logro llorar cuando se debe), burlas (de parte de ella a causa de mis patéticos intentos de aprender su -adjtivo a elección del lector- idioma), shampoo cuando yo olvidaba el mío (aproximadamente cada vez que había que llevarlo), y un extenso etcétera. A todo esto, sí lloro. El año pasado lloré cuando se me reventó un globo con el que había estado jugando harto rato. Ahora es cuando realmente vuelvo a lo mío. No habrá nada que suplirá, no habrá bizmas francesas disfrazando nada. Aquí estoy y aquí me siento (de "sentir" y no "sentar").

Ahí llegamos a lo que es el Tiempo. Como dimensión, quiero decir. Si nos vamos a lo netamente práctico y físico del concepto, las cosas no eran ni serán, las cosas sólo son. El pasado, ¿¡qué chucha es el pasado!?, es un weá que está al interior de cada caja ósea en que está contenido el encéfalo. Por eso, deberíamos referirnos a él como un concepto por ausencia, es definir algo, delimitarlo, porque en realidad no es. Y en todo caso, si quisiéramos ser más agudos y precisos en nuestra forma de expresión, deberíamos decir los pasados; ¿cómo va a no-haber sólo uno? Habrá uno por cada parte corporal superior roma capaz de hacer sinapsis y crear uno propio. Este (el del Tiempo) es un tema que nunca llegaré a entender y que me ha cobrado a veces horas de reflexión más bien circular (como si el cu ele no tuviera suficientes). Nunca llego(aré) a desarrollar más que esto una conclusión. FAILED, TRY AGAIN.

Siempre he tenido problemas para vivir el ahora. Obvio que suena a frase cliché, pero es la cruenta verdad. Cuando algo sublime pasa en mi vida, hay un lado que se opaca gracias a la efectiva, miscelánea y rápida acción de mi querido subconsciente, que me pone al corriente de algo que yo sé perfectamente; que eso que me hace tan feliz en ese momento es finito. ¿Por qué no lograba dejar de pensar en lo que vendría después? Y sí, conjugué "lograr" al pretérito imperfecto, porque estoy en proceso de rehabilitación. Cuando uno tiene sueños, ideas, utopías, etcétera, aún-se-me-pueden-ocurrir-otros-términos, metas que alcanzar, tiende a crearse espectativas. A crearse en exceso, quiero decir. Y cuando las cosas suceden, se pasan mucho más rápido de lo que quisieras si no te concentras en aprovechar CADA instante, cada oportunidad, cada semáforo en verde que se te cruza por la ruta cual gatito en la carretera. ¿Qué cresta importa el carácter finito de mi café con leche (me carga cuando se me acaba)? Bajemos los humos y seamos humildes; somos humanos. Y humanos finitos. Según platón, somos y no somos al mismo tiempo (tuve prueba de filosofía el viernes). Sería como no creer en ese ALGO que ordena las cosas (que algunos llaman Dios) por el simple hecho de saber que es inherente a nuestra condición humana la necesidad de creer, de anclarse en algo. De poder decir: "Dios, cuídala" y quedarse quizá tranquilos. Esta cualidad de nuestra condición humana, lo que lograría hacer al efectuar un análisis frío de la situación, es catalogar el concepto en que nos apoyamos (sea ese ALGO, Dios, Monesvol, etcétera) casi como un síntoma psicosomático y, por tanto, interior al Hombre. Y es posible que sea eso. Somos seres dependientes, sociales, inseguros y débiles. Por eso "razonamos", porque no tenemos ninguna otra ventaja con respecto a los animales no-racionales. Tengo una capacidad notoria de desviarme de lo que estaba hablando.

El método es un concepto por ausencia.

martes, 10 de agosto de 2010

Sí, carnicería relativa al amnios.

Acabo de comerme todo lo que quedaba del chocolate que mi mamá me había regalado para el día del niño. Curioso que nunca en mi vida se haya siquiera mencionado esta fecha como una distinta al siete de mayo o al dos de octubre y justo este año, en que cumplí los dieciocho, me regalen algo.
Filo, estaba rico (era con naranja).
Hoy día en la mañana, mientras caminaba hacia la estación del metro que se encarga de llevarme sana y salva al colegio, me pasó algo que me llevó a pensar en un tema que me ha estado dando vueltas en la cabeza desde que entré al colegio de vacaciones de invierno (para que vean los temas de interés internacional que invaden la materia gris contenida entre ciertos temporales, parietales y occipitales (ok, también el frontal)); un perro se detuvo delante mío, cerrándome el paso. Sí, SE DETUVO y por lo tanto yo ME DETUVE. Porque había un perro delante mío y yo no podía avanzar más.

Me acabo de acordar de una canción que me tuvo viciada mucho tiempo, durante el periodo justo anterior a partir por un año de mi partia. Poniéndome en el extraño y aislado caso de que alguien no lo haya percibido, es un link.


Sigamos con lo de los perros. ¿Por qué hay perros que te siguen en la calle? Está tácitamente asumido como respuesta a esta retórica pregunta que los perros siguen a la gente que posee, más que un olor, un hedor especial. Pero yo estoy segura de que esta afirmación es, como muchas otras creencias populares, de argumentación principalmente falaz. ¿Por qué? Porque el primer día que fui al colegio, pasé al lado de dos perros. Y ¿por qué fue sólo uno el que me siguió hasta la estación? Para el otro, fui totalmente carente de atributos interesantes y dignos de ser seguidos. Aparte, estoy segura de que yo olía rico [inserte trece-trece a discreción].
Otro día, cuando realizaba yo exactamente la misma actividad (caminar a la conocida estación), pasé al lado de un perro a quien, con el rabillo del ojo, justo antes de que saliera de mi campo visual, percibí levantarse (estaba sentado) y me dije: "Cresta, otra vez me va a seguir un perro" (porque a todo esto, no me gusta). Escuché casi resignada el conocido sonido de las garras contra el pavimento acercándose desde atrás, por mi izquierda, hasta que el quiltrín con acercamientos siberianos se volvió a introducir en mi campo visual. Para mi gran sorpresa y ALIVIO (onda "aaaaaaah, juiiuuu"), el perro me pasó y se volvió a sentar.
Victoire!
Y lo loco es que el mismo perro me hizo pasar por el mismo momento de incertidumbre del avenir una segunda vez, en donde la historia se desarrolló exactemente de la misma forma, excepto que el perro apareció por mi derecha. En volá pensó: "¡Ha, no te esperabai esa!".
Prosiguiendo con mis experiencias referentes a este polémico tema, una vez en que una amiga a quien ya he mencionado me vino a buscar un día que ya he mencionado para asistir a una actividad que ya he mencionado (no tengo más vida que esa), salí yo del edificio y la veo. La saludo y al comenzar a caminar, percibo a dos perros que la siguen. Como yo iba con ella, debería decir que nos siguen. Se lo remarqué y me dijo que de hecho los perros habían pasado siguiendo a alguien más, mientras ella estaba estática esperando a que yo saliera, y que habían traicionado a la antigua víctima quedándose con ella (mi amiga), por si le faltaba compañía. Y este no es el fin de la historia. Es el comienzo. Porque en las próximas once cuadras que tuvimos que caminar para llegar a nuestro destino, su olor logró congregar a CINCO EJEMPLARES CANINOS. ¡CINCO!
Y estoy segura de que ella olía rico, porque yo no estaba congestionada y no sentí nada. Además era temprano en la mañana.

¿Qué es lo que les llamará la atención?

Procedo a agradecer la oportunidad que me brinda la tarjeta del metro para estudiantes, que me permite viajar incalculablemente barato (es figurativo, las matemáticas de segundo -quizá tercero- básico sí me permiten calcularlo). Desde que la saqué, ha provocado en mí una admiración que llega a superar el hecho de que en el lugar en donde debería verse mi foto, se vea más bien la de un travesti.
A todo esto, siempre me he preguntado, y ahora más que nunca por el hecho de viajar todas la mañanas en el mismo tren con aproximadamente la misma gente, ¿por qué hay individuos e individuas, caballeros y caballeras, que cargan siempre la tarjeta al salir? Y no sólo eso; que cargan la cantidad justa para pagar el viaje recién acabado, dato que permitiría saber, al otro día, que no contarán con la cantidad suficiente para pagar el viaje que efectuarán, como cada mañana, y que incluso así, al salir del tren pasan la tarjeta por el coso que no sé cómo se llama y que cobra los pasajes quien les muestra en la pantallita algo así como "error validación, saldo no-sé-qué" para hacerles ver, como siempre, que no tienen plata y que tienen que cargar.

La luz del baño se encuentra en un estado defectuoso y titila excesivamente cada vez que la enciendo. Si fuera epiléptica podría entrar en crisis.

sábado, 7 de agosto de 2010

La mórula.

Ahora tengo un teclado que no se pega, la página de la RAE abierta en caso de, y... ¿eso sería todo, creo?
(Tres puntos.)
Bueno, después de mucho, MUCHO reflexionar, leer el blog de la Bego, el blog del Javier, comer, ir al baño, dormir, respirar, tener frío, y todo lo que conllevaría una vida normal de una persona totalmente normal y con sus funciones biológicas en marcha, decidí crear este espacio que no promete ninguna continuidad, coherencia, cohesión, periodicidad, y me estoy alejando del punto. Ni siquiera sé si sea tan importante para mí el hecho de llegar realmente a ser leída o no, pero el punto es que mi mamá dijo una vez en que yo subía la escalera de mi casa, recién salida de la ducha y por lo tanto con una toalla en la cabeza (tengo sinusitis crónica, estoy obligada a hacer eso para no enfriar mi cráneo y que este no sufra crueles cambios de temperatura) que yo era una persona viscerotónica (ojalá se escriba así). ¿Por qué la explicación de la toalla en la cabeza? Porque, gracias a las interferencias que provocaba la absorbente tela de la que ésta se confecciona entre la voz de mi progenitora y mi oído, escuché que ella decía que yo era un "mísero tony", lo que no llegó a agradarme mucho. Bueno, eso es cuento aparte. Nunca investigué más de lo que me dijo ella sobre lo que realmente es un viscerotónico, pero la cosa es que necesito sacar todo de mí. Y qué mejor que un fiel amigo llamado Blog para llevar a cabo esta noooooble tarea.

A todo esto, entre ayer y hoy me pasó algo muy místico. La historia se desarrolla así:
Había yo decidido, por motivos de fuerza mayor como son paja y ahorro de plata en pasaje, desplazar mi fisonomía desde el colegio, sin pasar a mi casa antes, a la casa de un amigo para matar el tiempo entre el término de clases y cierto coloquio que iba a tomar lugar en un sitio en dirección absolutamente contraria a la de mi casa desde el colegio (si el amigo en cuestión llegase a leer esto, fui a su casa por puro gusto y ganas de verlo, si no lo lee, no). La cosa es que, para llegar a su casa, tuve a su vez que matar el tiempo en la casa de una amiga porque el amigo (procedo a enredarme yo misma) me avisó a última hora que no iba a estar en su casa antes de las cuatro de la tarde. Cuando llegó la hora de encaminarme hacia tierras cada vez más lejanas al mar, salí de la casa de mi amiga rumbo a la estación del metro-tren. En el camino sucedieron cosas de dudosa importancia en este contexto (hablé por teléfono con mi papá porque aún no estoy inscrita en el pre), llegué a la estación, pasé mi amada tarjeta de estudiante en la que salgo como travesti por el coso que no sé cómo se llama y que cobra el pasaje y sucedió todo lo necesario para que yo subiera al tren. En cierta estación, se sube un individuo que llamó mi atención por su atuendo... extraño. Tenía un pantalón de tela marengo bastante desteñido y bastante ajustado, y aunque a muchos (en este caso no, ya que no precisamente muchos leerán esta entrada) se imaginarán a un poquemono o algo por el estilo, era lo que menos podríamos clasificar dentro de esta tribu urbana. El pantalón era demasiado corto, no llegué a deducir si tal largo era a propósito o no, pero la cosa es que veíamos gran parte de su pantorrilla. Y sí, su pantorrilla, porque los calcetines eran de estos mínimos, que apenas cubren un poco más que una zapatilla de ballet, en color blanco y bajo unos mocasines brillantes y en punta. Se veía realmente exótico. La parte superior era una camisa de franela escocesa roja con negro (ahora que releo la caracterización, suena más de lo que quisiera a un poquemono, pero les prometo, ERA TODO MENOS ESO), para nada ceñida y contrastando con el pantalón. Corte de pelo normal, mochila normal (verde, si mi memoria no falla), la cual al sentarse posó en el suelo pasando el pie por una de las asas. Si pusiéramos un reloj gigante y horizontal bajo sus pies y orientáramos el doce en frente a su cara, yo estaba a sus cuatro y media, así que me sentía en la libertad de observar. Después de una o dos estaciones desde su entrada al tren, sacó un libro de su mochila (no pude leer el título), y de vez en cuando se volteaba como si verificara la cantidad de moros que había en la costa (un par de estas veces debe haberse dado cuenta de que yo lo estudiaba, pero no pareció molestarle y a mí no me molestó que se diera cuenta). Me estoy alargando mucho. Después, mucho después, cuando el coloquio que creó toda esta travesía ya había terminado y yo esperaba en la plaza de cierto pueblillo que mi fiel mamá me pasara a buscar, ya que una pequeña escolar de mi edad y en uniforme no debe paserase sola en micro cuando está oscuro, me encontraba yo intercambiando puntos de vista con gente interesante, refinadamente sádica, y en un momento equis (x) dije que a veces pasaban cosas que obligan a pensar que hay ALGO que ordena las cosas. Hoy en la mañana me dirigí a una jornada de talleres impartida para estudiantes de cuarto medio en cierta universidad de mi ciudad con una amiga (la dueña de la casa en donde había asesinado tiempo ayer), con la intención de volver antes de las once a mi casa ya que me comprometí a ir a estos talleres en un día en que ya tenía un compromiso establecido, pero yo olvido todo. La cosa es que salí de la U en cuestión a una hora muy equis (x), con un montón de rutas posibles hacia mi destino, y ¿a quién vi?, pues al extraño individuo del tren de ayer, vestido exactamente igual, esperando el semáforo para cruzar la avenida en dirección al mar, en una ciudad totalmente lejana a donde había tomado el tren el día anterior. Un hecho de carácter jocoso, además, es que ese era el semáforo por el que yo debería haber cruzado, también en dirección al mar, para no pasarme de calle y no darme una vuelta estúpida e innecesaria. Pero creo que me distraje.