viernes, 29 de abril de 2011

212

- Llévame al supermercado, me siento demasiado pasada a llevar.
- No creo que sea necesario llegar a ese punto -objetó-, a estas alturas, tú deberías ser totalmente capaz de controlarte.
La señal luminosa de "parada solicitada" se encendió junto con el pitido de rigor, y se dispusieron a, por enésima vez, hacinarse contra la pared de la máquina para dejar pasar a un grupo de escolares hiperventiladas bastante poco conscientes del respeto por el espacio ajeno. Él dudó de haber empleado el tono adecuado; le pareció excederse un poco. Cuando pudieron volver a ponerse cómodos, entendido sea en el contexto del transporte público santiaguino, se produjo un silencio pesado que pedía ser roto por algún comentario no precisamente coherente con el molesto tema que acababan de dejar en suspensión. Ya ambos estaban hartos de concluir que nunca iban a encontrar una solución. Pero, como suele decirse, la esperanza es lo último que se pierde.

¿Era esta misma esperanza la que los desgastaba de esa manera?
Muy probablemente, lo era.

Era ella la que los llevaba a tener exactamente la misma conversación una y otra vez para llegar al mismo fin. Un fin que iba corrompiendo cada vez un poquito más lo que habían construido durante once meses. Cuando la distancia entre su destino y la micro determinó que era tiempo de tocar el timbre, la costumbre provocó que él hiciera el ademán de tomarle la mano para bajar, pero las tensiones del momento lo retuvieron en el último segundo. No llegó a enterarse si ella percibió el gesto, pero deseó que no lo hubiera hecho; sentía que el que ella diera cuenta de ese momento de flaqueza mermaría aun más su amor propio. Dirigió la mano a su bolsillo y tanteó vagamente el paquete con dos Mentitas que se había comprado en el quiosco que está justo al salir del metro, y recordó lo que tenía en el otro lado del pantalón. Eso que traía para ella.

Y ella no estaba dispuesta a transar. Por lo menos, no por ahora. Y él no le entregaría nada con los ánimos como lo estaban en ese momento.

Caminaron. Y llegaron.

1 comentario:

  1. las historias del transporte público suelen gustarme, no se por qué. Es un escenario idílico para muchas cosas y en general es bien bipolar la cosa por allí. Amén a los negocios fuera del metro. Hoy fui a Maipú a hacer labores altruistas para con un perro, es curioso como se desarrollan mini (muy mini) centros culturales, económicos y alimenticios en torno a paraderos y estaciones...

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